El otro sendero, un análisis crítico

Hace casi 30 años Hernando De Soto (en coautoría con Mario Ghibellini y Enrique Ghersi) publicó su famoso texto El otro sendero: la revolución informal —suerte de manifiesto neoliberal en defensa del mercado— donde explica los orígenes de la economía informal y porque esta sería el punto de partida de un capitalismo popular.

Para tal fin, De Soto toma como punto de partida la gran migración del campo a la ciudad del siglo XX, explicando «que en su llegada a la ciudad los migrantes tuvieron que afrontar la hostilidad de la institucionalidad existente que les impedía acceder formalmente a la vivienda, la educación, la empresa y el empleo» (Manrique, 2009). Como resultado, muchos migrantes se vieron obligados a adoptar la informalidad como forma de subsistencia.

Para De Soto, la informalidad representa una respuesta popular espontánea y creativa ante la incapacidad del Estado para satisfacer las necesidades más elementales de los pobres. Argumenta que cuando el acceso a la legalidad está reservado solo para aquellos con poder económico y político, a las clases populares no les queda otra alternativa que la ilegalidad, dando origen a la economía informal.

En este sentido, De Soto atribuye el surgimiento de la informalidad a las barreras de entrada impuestas por el sector formal, en lugar de considerar que esta se debe simplemente a una tradición legalista y burocrática del Estado. En otras palabras, el autor cree que «es el Estado de los formales el que margina a los informales» (Durand, 2007). Sin embargo, a pesar de ser importante este concepto, según Durand (2007), «las causas pueden ser diversas y nada conspirativas, en tanto que a los informales más que combatirlos se los ignoraba».

No obstante, para De Soto estos informales no serían el problema, por el contrario, serían más bien la solución o parte de la solución. Cada ambulante o propietario de un vehículo es un empresario en potencia que debe ser sacado de la informalidad mediante políticas simples y concretas: la simplificación administrativa, la descentralización y la desregulación (esto suena prometedor para quienes están más articulados al mercado y cuentan con ciertas capacidades; no así para los más pobres, para el mundo rural). Para el autor, allanar el camino para que estos empresarios incipientes accedan a la formalidad es la clave para desencadenar una revolución capitalista en el Perú. En otras palabras, «la informalidad es el punto de partida para el desarrollo de un capitalismo popular» (Manrique, 2009).

De Soto fundamenta su propuesta analizando tres áreas de la economía: la vivienda informal, el comercio informal y el transporte público informal. Sin embargo, Nelson Manrique (2009) afirma que «ninguno de estos casos corresponde propiamente a la producción: comercio y transporte no son actividades de producción sino de servicio, destinadas a facilitar la circulación del capital, no a crearlo. La construcción de la vivienda popular, por otra parte, es esencialmente una actividad de autoconsumo; la edificación de un inmueble destinado a satisfacer las necesidades de quien lo produce, no una mercancía producida para ser vendida en el mercado: un valor de uso, no un valor de cambio». Es decir, los casos presentados por De Soto no tienen que ver con la producción capitalista de valores destinados al mercado, sino con la circulación.

Otro aspecto que De Soto no considera es que la gran mayoría de informales que abarrotan las calles (ambulantes) participan en el mercado con capitales sumamente reducidos, cuyas utilidades apenas les permiten satisfacer sus necesidades de subsistencia, y así reinician cada ciclo económico sobre la misma escala anterior. Es decir, no generan suficientes utilidades para reinvertir que les permita incrementar la escala de su negocio y entrar en una lógica de acumulación capitalista. No obstante, a algunos comerciantes informales les ha ido mejor que a otros y han logrado hacer crecer sus negocios, pero a costa de sobreexplotarse ellos mismos y a sus trabajadores.

Al respecto, Valencia (1987), considera que De Soto «romantiza» a los informales y los eleva a la categoría de «campeones de la libre empresa» y «paladines de la nueva sociedad». Es decir, para De Soto los informales son los «portadores de un proyecto reformista o revolucionario» que sería la ruta de salida del subdesarrollo.

A modo de conclusión, la ruta de salida del subdesarrollo no pasa solamente por el tránsito de la informalidad a la formalidad, aquello es una visión reduccionista y maniquea de De Soto. Por el contrario, para salir del subdesarrollo se requiere la construcción de un modelo alternativo al neoliberalismo, más justo y equitativo, con más y mejores oportunidades para la mayoría de los peruanos.

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